De pronto, de las sombras surgió una lumbre, una serpiente esfumada, y, detrás, un hombre ceniciento y deshilachado, de cabellos muertos y ojos vivos, le pidió una moneda a cambio de una rosa marchita. Tiró su cigarrillo al suelo y un polvillo de fuego se desprendió creando una arco rojo. Mientras le entregaba la flor, el desconocido la miró fíjamente.
– Señora… – le dijo -, se le nota en los ojos una inmensa cicatriz.
Ella lo miró interrogante y, sin saber porque, le contestó.
– Es lo único que me queda.
– Pero aún no ha sanado, le supura. Póngale un parche, que por ese agujero se le puede escapar la vida… y créame, quedarse sin vida y viva es lo peor que le puede suceder.
Angela Becerra (Ella, que todo lo tuvo)

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